Estamos en la puerta de embarque C50 del aeropuerto de Tegel, Berlín.
Cinco días en esta ciudad no han sido suficientes para conocer en condiciones las costumbres de sus amables gentes por eso, para MIMETIZAR verdaderamente su cultura, Quique y yo hemos decidido replicar una de sus tradiciones más intrínsecas. Nada de beber cerveza en cantidades absurdas o alimentarnos a base de bratwurst… no no, eso sería una vulgaridad al alcance de cualquiera. Nosotros lo que estamos haciendo es VIAJAR DE ALEMANIA A MALLORCA. ¿Hay algo más alemán que eso?
Efectivamente nos hemos tomado la cosa muy en serio, de hecho Quique lleva un pendiente de brillante, se ha cortado el pelo dejándose un bello mullet como McGyver y viste una camiseta de tirantes además de unos pantalones pirata blancos con sandalias de Coronel Tapioca. Yo llevo un atuendo similar pero me he teñido de rubio con lo cual somos clavados a los Modern Talking. No descartamos que a los pocos minutos de pisar Palma nuestra piel se vuelva rosada.
Pero eso será en un rato. Ahora sólo puedo recordar entre suspiros unos días que han sido absolutamente increíbles, aunque tengo que reconocer que la primera impresión de la ciudad fue extraña. Digamos que Berlín es esa compañera de clase feucha en la que no te fijaste demasiado al empezar el curso pero que en poco tiempo consigue volverse irresistible sin que sepas qué coño ves en ella que te tiene loco.
En esta ciudad lo agradable gana a lo bonito. Yo firmo.
(Ahora estoy en el avión, estamos sobrevolando los Alpes. Impresionante)
Sigamos. En estos días no nos hemos bajado de la bici, lo cual ha provocado que mi culo parezca recién salido de una prisión turca pero también que el contacto con la ciudad haya sido muy directo. Soy consciente de que la enumeración de las cosas que se hacen en las crónicas de los viajes suelen pecar de obvias/horteras pero bueno, qué se le va a hacer: pasar de noche junto a lo que queda de muro buscando un garito abierto, parar a hacer fotos en cualquier sitio, perder el tiempo en mercadillos, ver amanecer en la terraza de un club en Alexanderplatz, tener la oportunidad de encontrarme con amigos ya casi berlineses, las barbacoas, levantarnos tardísimo, improvisar… Todo esto ha sido parte de la visita. Probablemente la más importante.
Si todo esto ha sido tan maravilloso ha sido gracias a este señor al cual todas las mujeres del planeta Tierra deberían hacer el amor en repetidas ocasiones.
Querido Juan, gracias por poner a nuestra disposición tu casa, tus bicicletas, tus cereales con Nutella marca “Bueno y Barato”, tu conocimiento de la ciudad y tu compañía. Ha sido increíble.
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